Para esta ocasión hemos elegido una frase que, a pesar del tiempo transcurrido desde su creación, sigue vigente y utilizándose a menudo, tanto en la lengua escrita como en la coloquial. ¿Quién, al contemplar a alguien que va hecho una facha, vistiendo de forma extravagante y hasta ridícula, no ha dicho alguna vez eso de que va o está hecho un adefesio? Pero dicho esto, y dando por sentado que se trata de una expresión habitual e inteligible para todo el mundo, cabría preguntarse ¿qué es un adefesio? ¿Se trata, por un casual, de una especie de animal o personaje mitológico de extrema fealdad? ¿No suena, acaso, a miembro de una tribu, raza o pueblo antiguo y remoto que vestía de manera estridente o poco elegante?

Si rastreamos en el tiempo el uso de esta expresión, comprobaremos que, décadas atrás, se decía ‘hablar/ decir/ predicar adefesios’, en vez de ‘ser/estar/ir hecho un adefesio’. Se aplicaba, por tanto, no al aspecto exterior de una persona, sino a la forma de expresarse, al hecho de decir disparates, palabras absurdas o que no vienen a cuento. Es en ese uso oral donde parece radicar el origen exacto de la expresión que nos ocupa, como veremos a continuación. Esto quiere decir que, con el paso de los años, ‘adefesios’, en plural, que primero se refería a los despropósitos que alguien decía, fue derivando su significado, hasta aplicarse a alguien que visualmente nos resulta un mamarracho.

Hay personas a las que les gusta un bodorrio más que a un tonto un lápiz. Yo, en cambio, tengo que confesar que me aburren soberanamente esta clase de formalismos religiosos, en los que se reproduce una y otra vez el mismo ceremonial, con idénticas palabras e iguales buenos propósitos. Si hay algo que se repite en cada una de las bodas católicas a las que he asistido son los consejos bíblicos que se da a los cónyuges. Cosas como que «las mujeres estén sujetas a sus maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer…», o eso de «maridos, amad a vuestras mujeres así como Cristo amó a la Iglesia». No creo ser el único que piensa que suenan a palabras vacías, a las que nadie presta atención, que entran por un oído y salen por el otro, pendiente como está todo el mundo del traje de la novia o de los gestos de los contrayentes.

Si buscamos la procedencia de estas frases, hallaremos con cierto estupor que pertenecen a las Cartas de San Pablo a los Efesios, Ad Efesios en latín. Ahora es fácil deducir por qué los fieles que asistían a aquellos casamientos utilizaban la expresión ‘decir adefesios’ para referirse a algo que no tiene sentido o carece de interés, como los consejos bíblicos que el apóstol daba a los cristianos de Éfeso y que, con el paso del tiempo, se remachaban en latín a los sufridos cónyuges que contraían matrimonio eclesiástico, sin que nadie les prestase demasiada atención. A todo esto, el DLE se queda corto al justificar la procedencia de este frasema, indicando que se refiere a las penalidades que San Pablo padeció en su visita a Éfeso, que no fueron mayores que las sufridas por el apóstol entre gálatas, romanos, corintios o tesalonicenses.

Unamuno lo intenta aclarar a su manera, tras leer un fragmento del Viaje a Turquía, de 1557, atribuido a Cristóbal de Villalón. El ilustre pensador cree ver allí el origen de nuestro dilema. En un artículo publicado en Nuevo Mundo, en Madrid, el 19 de junio de 1912, Unamuno escribe lo siguiente: «Hablar adefesios (...) es decir cosas que ni ha de hacer nadie caso de ellas ni han de ser oídas y que sólo un pobre iluso –no ya bestia– las dice, sabiendo que ni han de llegar a noticia del Rey o de los Reyes a quienes se dirigen. (...) La cosa está clarísima para quien recuerde o aprenda que los consejos que se leen a los recién casados, después de haberse ligado uno al otro y echándoles la bendición el cura, han sido tomados del capítulo V de la epístola de San Pablo a los efesios. (…). Consejos adefesios que, en general, les entran por un oído y por el otro les salen, y de los que maldito el caso que se hace, según el pueblo supuso y estampó esta su suposición en una frase. Hablar o decir adefesios es, pues, dar consejos como los que por boca del cura da San Pablo a los que se casan...».

Cómo se pasó de ‘decir/predicar adefesios’ a ‘estar/ir hecho un adefesio’ es un verdadero misterio para nosotros. Se trata, sin duda, de esas piruetas léxicas o caprichos fraseológicos, en los que el pueblo, que los expresa y se sirve de ellos, tiene poder absoluto para ir adaptando su significado a los hábitos y modas lingüísticas de cada tiempo.


                                                                                                                                                                                                                                                         



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